martes, 27 de agosto de 2019

El Marqués y su consorte en la Plaza Mayor



Me acerco al vehículo de altísima gama y de enorme cilindrada. A través de la ventanilla cerrada le hago señales a su conductor para que baje el cristal. Al principio me ignora y sigue hablando con su señora consorte. Ambos de porte regio y distante. Ella impoluta y emperifollada, peinadísima a la perfección, seguramente resultado de una fijación a prueba de huracanes.
Yo no me voy, sigo insistiendo y finalmente se digna en bajar la ventanilla con un gesto más que molesto. Intento mantener la calma y le pregunto si es discapacitado a lo que él me contesta irritado que está hablando por teléfono.
Intento mantener la calma.
La consorte me escanea con sus ojos gélidos para averiguar mi procedencia. Me imagino una lista de fast-check acerca de mí en su interior… Supongo que el resultado no es muy halagüeño y desde luego no pertenezco a su clase de semejantes.
Intento mantener la calma, pero ya empieza a ser difícil.
Le explico al “señor” que no puede aparcar porque está reservado para discapacitados (popularmente: minusválidos). O sea, gente como yo. Siguen mirándome como si procediera de otro planeta y él me pregunta si yo necesitaba aparcar allí…
Apoyada en mis dos muletas ya no estoy tan calmada.
Finalmente salen con gesto de indignación del aparcamiento y creo que aún no entienden por qué no podían hacer su llamada telefónica tranquilamente sin que esa individua les molestara con sus tonterías. ¿Podría haberse esperado un poco, no?

jueves, 30 de mayo de 2019

Dependencia, Discapacidad, Invalidez, Minusvalía y otras expresiones a aceptar en mi vida

Y poco a poco con el paso de las semanas, de los meses, de los años tengo que empezar a asimilar ciertas realidades que no tienen vuelta atrás.
Hace unos 17 años me diagnosticaron una poliartrosis y me tuvieron que reemplazar ambas rodillas y caderas por unas prótesis. Aquello me alivió y me ayudó muchísimo y me permitió hacer una vida bastante aceptable. Luego se me metieron dos cánceres por en medio y unos episodios muy agudos de mi depresión mayor recurrente y eso, claro está, me ha mermado mi calidad de vida en estos últimos años. 
Aún así, la idea de la discapacidad, invalidez o minusvalía se me hacía difícil asimilar. Yo he sido siempre una persona capaz, válida e independiente.
Y supongo que las pocas personas de mi entorno, mis pocos amigos, mis hijos tampoco podían o pueden imaginarse que ya no soy la Rose que se las arreglaba y que no necesitaba apenas ayuda.
Sin embargo ahora he llegado a una situación que mi cuerpo está cada vez más invadido por la artrosis. Espalda, brazos, hombros están doloridos continuamente. Me cuesta andar. Vestirme, ducharme o cualquier tarea cotidiana me supone sufrir mucho dolor y agotamiento. 
Estoy tomando todo tipo de medicación. Me han recetado opiáceos que, supongo, deben hacer algo pero aún así no estoy sin dolor ni un segundo del día ni de la noche. 
Y, claro, siempre viene aquella persona que te aconseja - por tu bien. Deberías perder peso, deberías moverte más, deberías probar ese u otro remedio natural, deberías hacer natación, deberías....... Lo dicen seguramente con muy buena intención pero sin darse cuenta de mi situación real.
Y luego la soledad. Porque esos consejos te lo dan y luego se van y me dejan sola ante el peligro. Durante días, semanas. Si necesitas algo, ya me llamarás. Tengo que reconocer que me cuesta pedir ayuda. Pero si lo hago, normalmente la parte que se había ofrecido está ocupada y ya verá cuando puede acudir, ya me avisará, ya me hará un hueco dentro de X tiempo... Así que he incluso contratado un "manitas" para arreglar el tejado del porche de mi patio para no tener que pedirselo a nadie. Este chico vino, en unas cuantas horas casi terminó la faena y cuando le quedó un trocito por cubrir tuvo que marcharse. Iba a volver la semana siguiente para terminarlo. De esto hace más de un mes. Es que... ni pagando (que no ha cobrado todavía)!
Ayer, por fin, tuve una entrevista con la trabajadora social para ver qué soluciones podría haber para mi en el servicio de ayuda a domicilio. Se quedó atónita que a lo largo de estos años nadie de la administración había sugerido ni siquiera que se me hiciera un trámite para solicitar una ayuda por dependencia. En 2013 me declararon una discapacidad del 66%. Y seguramente ahora el porcentaje sería más alto porque mientras he pasado por otro cáncer, depresión, y la artrosis ha empeorado mucho. 
Y ahora, oficialmente, tengo que asimilar al término DEPENDIENTE. Porque en muchos aspectos lo soy. Y espero que mi entorno lo comprenda también y me ayude.
Eso si y menos mal, la depresión la tengo bajo control y mi cabeza y mi cerebro funcionan de manera independientes, válidos y libres.

miércoles, 20 de febrero de 2019

La abuela


Hace un rato, cuando iba camino a la cocina a por mi segundo café, han llamado a la puerta. Realmente no tenía ni idea quien podía ser a esas horas.
Al abrir me encuentro una abuelita pequeña y arrugada con un brik de leche y un paquete de galletas bajo el brazo. Está aseada pero vestida de manera muy humilde. Me cuenta que viene a pedir, comida pero - y no me quiere engañar - sobre todo dinero porque tiene un nieto recién nacido y no tienen dinero para comprarle leche. Al principio dudo, le ofrezco algún alimento pero lo de la leche para el bébé parece serle mucho más importante. Noto su angustia y también que está apurada y avergonzada. Le pregunto si ha ido ya a Caritas y me dice que si y que a finales de mes puede ir otra vez, pero mientras tanto... Finalmente le doy 5 Euros y dándome sus bendiciones y agradecimientos, la mujer se marcha.
Luego me pongo a reflexionar.
Hace poco, mi hija me contó que la asociación de mujeres del pueblo donde vive estaban haciendo una colecta para hacerle una compra grande de víveres y artículos de primera necesidad a una señora, vecina, muy mayor que se hace cargo de sus nietos y que lo está pasando muy mal. Y, seguro que hay bastantes personas que están en apuros, que no llegan a fin de mes y se tienen que apañar como pueden. Los tenemos cerca, estan viviendo entre nosotros. Muchas veces no nos enteramos porque les da vergüenza su condición. Existen organizaciones que ayudan, pero tampoco llegan a todo e incluso el acudir a Caritas, por ejemplo, a según qué personas les resulta vergonzoso. No quieren ser señalados. Qué tristeza. Y muchas veces, casi diría la mayoría de las veces, la sociedad mira hacia otro lado.
Y cuando una persona en una situación límite como ésta acude a pedir, lo primero que se suele hacer es “pensar mal”. ¿En qué se lo gastará realmente? Seguro que lo del bébé es un cuento… Lo “invertirá” en vicio… Que se ponga a trabajar… etc.etc.
Hubo un tiempo en mi vida que pasé por una situación así. No saber de donde sacar o encontrar dinero para las necesidades más básicas del día siguiente. Tener que mover cielo y tierra para subsistir. De alguna manera tuve la suerte de tirar hacia delante. Pero tampoco estaba muy lejos de tener que pedir. De hecho emigré durante un tiempo a trabajar a Suiza para poder hacer frente a los gastos diarios y básicos de mi familia. Tuve esa gran suerte.
Ahora echo un sorbo a mi café en mi piso acogedor calentito, no me falta de nada y hasta me puedo permitir de vez en cuando algún caprichito. ¡Qué afortunada soy!
Entonces pienso en esas personas que no tienen ni para un café, que tienen la calefacción apagada porque las facturas del gas son abusivas, se conforman con comer lo más barato, que tienen que dar la vuelta a cada céntimo. Y en la abuela con su historia de la leche para su nieto. ¿Quién soy yo para ponerlo en duda? ¿Y si se lo gasta en otra cosa? Me da igual, la verdad. La cuestión es que nadie va voluntariamente a esa edad de puerta en puerta pidiendo para sobrevivir unos días más. Igual algún día me toca a mi… ¿y entonces?
P.D. Que se dejen los políticos de echar mierda, odio y mentiras a discreción y se ocupen de lo que de verdad importa.