Hace un rato, cuando iba camino a la
cocina a por mi segundo café, han llamado a la puerta. Realmente no tenía ni
idea quien podía ser a esas horas.
Al abrir me encuentro una abuelita
pequeña y arrugada con un brik de leche y un paquete de galletas bajo el brazo.
Está aseada pero vestida de manera muy humilde. Me cuenta que viene a pedir,
comida pero - y no me quiere engañar - sobre todo dinero porque tiene un nieto
recién nacido y no tienen dinero para comprarle leche. Al principio dudo, le
ofrezco algún alimento pero lo de la leche para el bébé parece serle mucho más
importante. Noto su angustia y también que está apurada y avergonzada. Le
pregunto si ha ido ya a Caritas y me dice que si y que a finales de mes puede
ir otra vez, pero mientras tanto... Finalmente le doy 5 Euros y dándome sus
bendiciones y agradecimientos, la mujer se marcha.
Luego me pongo a reflexionar.
Hace poco, mi hija me contó que la
asociación de mujeres del pueblo donde vive estaban haciendo una colecta para
hacerle una compra grande de víveres y artículos de primera necesidad a una
señora, vecina, muy mayor que se hace cargo de sus nietos y que lo está pasando
muy mal. Y, seguro que hay bastantes personas que están en apuros, que no
llegan a fin de mes y se tienen que apañar como pueden. Los tenemos cerca,
estan viviendo entre nosotros. Muchas veces no nos enteramos porque les da
vergüenza su condición. Existen organizaciones que ayudan, pero tampoco llegan
a todo e incluso el acudir a Caritas, por ejemplo, a según qué personas les
resulta vergonzoso. No quieren ser señalados. Qué tristeza. Y muchas veces,
casi diría la mayoría de las veces, la sociedad mira hacia otro lado.
Y cuando una persona en una situación
límite como ésta acude a pedir, lo primero que se suele hacer es “pensar mal”. ¿En qué se lo gastará realmente? Seguro que
lo del bébé es un cuento… Lo “invertirá” en vicio… Que se ponga a trabajar… etc.etc.
Hubo un tiempo en mi vida que pasé por
una situación así. No saber de donde sacar o encontrar dinero para las
necesidades más básicas del día siguiente. Tener que mover cielo y tierra para
subsistir. De alguna manera tuve la suerte de tirar hacia delante. Pero tampoco
estaba muy lejos de tener que pedir. De hecho emigré durante un tiempo a
trabajar a Suiza para poder hacer frente a los gastos diarios y básicos de mi
familia. Tuve esa gran suerte.
Ahora echo un sorbo a mi café en mi piso
acogedor calentito, no me falta de nada y hasta me puedo permitir de vez en
cuando algún caprichito. ¡Qué afortunada soy!
Entonces pienso en esas personas que no
tienen ni para un café, que tienen la calefacción apagada porque las facturas
del gas son abusivas, se conforman con comer lo más barato, que tienen que dar
la vuelta a cada céntimo. Y en la abuela con su historia de la leche para su
nieto. ¿Quién soy yo para ponerlo en duda? ¿Y si se lo gasta en otra cosa? Me
da igual, la verdad. La cuestión es que nadie va voluntariamente a esa edad de
puerta en puerta pidiendo para sobrevivir unos días más. Igual algún día me
toca a mi… ¿y entonces?
P.D. Que se dejen los políticos de echar
mierda, odio y mentiras a discreción y se ocupen de lo que de verdad importa.